martes, 29 de mayo de 2012

Pontiak - Echo Ono, cuando el rock vuelve

No es la marca del coche, pero su sonido suena tan ofensivo como la imagen del automóvil. Hablamos de Pontiak, una de las joyas de Thrill Jockey, uno de esos grupos que no tienen mucho eco por las altas esferas, pero que vuelven locos una vez te los presentan. Pontiak es un grupo de rock psicodélico formado por los tres hermanos Carney, amigos de las décadas de gloria para el género: los 60 y los 70. No obstante, tampoco le hacen ascos a otros grupos actuales que son similares a ellos. Este 2012 han vuelto al ruedo con Echo Ono, puro fuego; un trabajo con gusto por lo clásico, elegante y furioso a la vez. Uno de esos discos de rock mayúsculo que esperas encontrarte anualmente.


Da gusto sumergirse en la trayectoria de este grupo, su inquietud a la hora de investigar por los mares del rock, es superlativa. Les ha llevado a navegar en olas cercanas a lo progresivo, a la psicodelia, al blues rock y a asuntos más experimentales. Te pueden recordar a Cream, Pink Floyd, Lynyrd Skynird, Black Mountain o Screaming Trees; las referencias no son pocas y desde luego malas. Actualmente habitan en el sello Thrill Jockey, que alberga a insignes como Tortoise, John Parish, The National o esos tipos que se metieron a improvisar en una sala y se sacaron un señor disco. Después de mucho toquetear, experimentar y hacer birguerías, por fin han logrado -o simplemente, esta vez han querido- sacar un álbum con mucho empaque, más solemne, más coherente. Por fin han salido de la oscuridad y han llegado a tramos nítidos en su sonido.

Tu vista después de escuchar su psicodelia

Echo Ono se aleja de la arritmia de Living y anteriores y de la muda instrumentación de su última producción, el ep Comecrudos. Este es un trabajo más serio que el resto, más preparado, más concienzudo; alejado de décadas anteriores, pero con sus reminiscencias pertinentes y aplicadas a la actualidad. Está pensado para ser conocido y para asaltar al gran público; sus trabajos anteriores, a pesar de que eran realmente buenos, daban la impresión de ser tratados como discos del propio grup para sí, para entretenimiento. Por eso, en este Echo Ono encontramos un poco de todo lo que han hecho en su trayectoria. El resultado no ha podido ser mejor.

Un potente riff venido del infierno, acompañado de una fuerte línea de bajo, nos dan la bienvenida al disco en Lions Of Least, donde el hermano mediano, Van, se encarga de recordarnos quién es el que se encarga de predicar. Van, aparte de ser quien canta, es el encargado de afilar al guitarra. Vamos, el mismo que se dedica a crear riffs abrasivos para llamar la atención del personal. Además, su forma árida de cantar hace un perfecto dueto con su forma de sacarle jugo a las cuerdas de la guitarra. Lo hace en The North Coast.
La parte más furiosa está al principio del grupo, donde en tercer lugar se encuentra Left With Lights, que poco a poco va conteniendo el sonido con el dueto percusión-bajo, para explotar al final. Pero ahí no para la cosa, continúa Van haciendo riffs como si se creyera estar en los 70, siempre escudado por el Carney menor, batería y amigo del ruido; en Across The Steppe atraviesan la estepa con holgura y pequeños cambios de ritmo. Ideales también para conducir por las carreteras de Virginia.



Por fin viene un poco de calma, con la infinitamente biensonante The Expanding Way, su momento de predicación Lynyrd Skynyrd. Una de esas canciones que te reconcilian con el rock y te teletransportan a momentos y lugares no visitados. Por supuesto, mención especial para la batería final de Lain Carney, que sabe explotar los recursos que ofrece el sonido stereo. Vamos llegando a los últimos momentos del trabajo, atravesando momentos áridos en los que beber zarzaparrilla en el Saloon (Silver Shadow) y degustar un poco de blues rock acústico (Stay Out, What A Sight).
De cara al final, los tres hermanos ofrecen su cara más desértica y desoladora en Royal Colors para morir en brazos de Panoptica, una tormenta en forma de jam, en la que se permiten hacer apología del caos y alguna que otra droga psicodélica.



Una gran forma de tener que evitar aquello de 'la música de antes molaba más'. Vale, sí, es posible que los 60 y los 70 fueran la repera, pero Pontiak te dan la oportunidad de disfrutarlos de una forma sutil, aplicada a esta era y de una forma muy bien ejecutada. Para reconciliarse con el rock viene bien. Solemne, iracundo y desolador a la vez. No sólo de la psicodelia de hace décadas vive el hombre.

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