lunes, 17 de septiembre de 2012

Two Gallants - The Bloom and the Blight, a las entrañas también se llega sin harmónica

La historia está llena de perdedores. De historias tristes que marcan tu personalidad, de miserias amorosas, de infancias difíciles, de juventud angustiosa. A estas alturas no es una sorpresa decir que estas penurias suelen ser de lo que mejor partido se saca a la hora de componer. Pero las historias de los losers, que diría Beck, también necesitan de una banda sonora que acompañe. Two Gallants llevan una década haciéndose ese hara-kiri emocional. Y sigue poniendo los pelos de punta, The Bloom and the Blight lo refuta.

Los galantes de San Francisco hacen su aparición en escena en este deprimido mundo para ponerles banda sonora, una vez más. Esta vez, con su cuarto álbum de estudio, con la batuta del productor de Explosions In The Sky o St. Vincent (John Congleton). Siguiendo una dinámica lo-fi e incluso fuzz folk, como diría Jeff Mangum, el dúo es famoso por su simbiosis entre un folk sureño y un indie rock que suena herido; una combinación de cuchillos largos que se meten en tu estómago y te raja las vísceras. Siguen haciendo lo de siempre; contanto esas historias que se contaban en el blues de los años 50 con poco más que una voz y una guitarra.

Es cierto que el disco más sentido e hiriente es el glorioso debut, en el que las entrañas se te esparcen con esa poderosa combinación sentimental entre la voz de Adam Stephens, sus elegantes punteos y la violencia de Tyson Vogel en la batería. Y no menos cierto es que siguen abogando por la fórmula de siempre; o canciones puramente folk, cargadas de emoción, o distorsiones repentinas que te sobresaltan.
Por mi parte, he de reconocer que con estos dos tipos me pasa lo mismo que con los grupos de post-rock que me gustan, sabes por dónde van a tirar en el próximo disco, pero aunque sea lo mismo de siempre, no te cansas. A pesar de que los Two Gallants hagan lo de siempre, es difícil cansarse de escucharles y leerles.

Jóvenes perdedores
The Bloom and the Blight presenta varios cambios respecto a todo lo anterior publicado por ellos. En cuanto al minutaje, ahora ninguno de los cortes supera los cinco minutos, cuando esa era una de sus señas de identidad, el construir cartas de (des)amor y desesperación de más de ocho minutos. En este sentido, también es su disco menos folk, en el que Adam Stephens apenas utiliza la harmónica y apuestan más por la fórmula de la explosión fácil. Y no nos engañemos, sus letras no son tan brillantes como otras.

En definitiva, nos encontramos ante el trabajo más simplista pero a la vez más ruidoso de Two Gallants. ¿Es eso malo? No necesariamente. Ciertamente se echan de menos esas historias de largo minutaje, esa harmónica de tardes nubladas... Por ese lado, este álbum sale perdiendo, pero los de San Francisco han apostado por otro tipo de emoción: el que otorgan las entonaciones de Stephens y su voz quebrada, y por supuesto la que ofrece su guitarra. Esta declaración de intenciones se palpa al iniciar el disco, con la irrupción repentina en Halcyon Days de una guitarra atormentada -siempre a dueto con el vocalista-, la lírica de Song Of Songs o los electrizantes punteos de My Love Won't Wait. En ella, Two Gallants vuelven a atacar nuestras entrañas despesperadamente, aunque no sea de la forma elegante en que lo hacían antes; ahora son más directos. 



Aunque la principal baza para escupir su alma sea el ruido, ellos siguen hablando ir a escondidas a tirar piedras a la ventana de su querida, esperando a que salga sabiendo que no va a ser así. La amargura sale a flor de piel en algunas ocasiones, y ahora hay que aclimatarse a los arreones quebradizos de Ride Away, Winter's Youth o Cradle Pyre. Pero aún quedan esas viejas canciones del dueto en las que sólo hay acústica, con la embelesada Decay o Broken Eyes, el único momento donde se escucha la harmónica. Para continuar con la dinámica derrotista, nos regalan la última canción derrotista, I'm Depressed, casi cuatro potentes minutos de blues-rock con la quebrada voz de Stephens en todo su esplendor.



No, no es su mejor disco y ahora utilizan menos recursos; se han vuelto más furiosos, más electrizantes, como cansados de toda esta dinámica de escribir cartas rodeadas de ritmos livianos. Han apostado por su faceta más destructiva musicalmente, lo que es totalmente aceptable y sigue casando con su línea compositiva. A pesar de que no sean sus letras más brillantes, siguen contando historias para perdedores, haciéndolas encantadoras. Y eso sigue siendo importante. Porque todos hemos perdido alguna vez.

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